miércoles, 3 de noviembre de 2010

La muerte de Fernando Garavito

El lunes pasado me enteré de la muerte de Fernando Garavito. A él lo conocí en el año 1988 cuando fui a buscar empleo al periódico La Prensa, de  Bogotá. Recuerdo que me sacudió con su voz que parecía regañona y me mandó a la segunda planta de la casa del barrio La Macarena donde estaba el subdirector general de La Prensa, Augusto Calderón, que definía las vacantes disponibles en el área de deportes.


Yo, con mis recordados compañeros de deportes, escribíamos los artículos en unos computadores situados al lado de una chimenea apagada y cerca de tres metros más adelante estaba él, Fernando Garavito, a quien miraba de reojo o de manera sorprendida cuando escuchaba una de sus famosas admoniciones a los redactores del suplemento Vivir. Pero Garavito, como se le decía para ahorrar palabras, era más que el maestro que no perdonaba una coma en falso ni una noticia extraviada en el sistema que no hubiera llegado a sus manos.

Él, con sus chalecos y su camisa a juego con el pantalón, era un hombre elegante no sólo en su forma de vestir sino de actuar. Un hombre comprometido con su oficio de periodista, con las palabras que redactaba de una manera singular, que mezclaba en un verdadero tren de sinfonías y colores.

Recuerdo su risa que dejaba al descubierto al hombre bueno, a la verdadera persona detrás de esa imagen por momentos huraña que desataba un verdadero huracán a su paso cuando consideraba que las cosas no marchaban bien.

En alguna ocasión me lo volví a encontrar en el diario El Espectador y me dijo que ya estaba de salida del periodismo, aunque la verdad es que nunca estuvo de salida porque el periodismo lo era todo para él y él, de alguna manera, también lo era todo para el periodismo.

Por eso siempre se mantuvo firme, con sus convicciones y críticas hasta el último día de su vida que siempre concibió en primera línea de combate aunque para ello haya tenido que exiliarse de Colombia.

Quienes fuimos tus alumnos y compañeros de trabajo no te olvidamos, tampoco otros lo harán.

Gracias, Fernando.