miércoles, 29 de junio de 2011

Los indignados no nacieron en España…

Los indignados no nacieron el 15 de mayo del 2011 en España. Desde hace muchos días, años, siglos quizás, han levantado su voz cuando han podido o rumiado sus rabias bajo las botas o dictados de los infelices que les ha tocado la desgracia de aplastar lo que no huela al opresor de turno.  

La historia es larga en ejemplos y otros mejor que yo sabrán contarlos. Lo cierto es que esa indignación no quiere ni debe pasar más desapercibida y como alguien desheredado de sus derechos reclama en voz alta lo que durante tantos años le ha sido negado.

Ahora tomó cuerpo en España, Grecia, Egipto, Francia, Portugal,  Italia y muchos sitios más, cada uno tiene y ha tenido sus motivos y sus opresores, cada uno sabe hasta dónde o cuándo debe llegar su protesta.

Por eso invito a todos a meditar en la Proclama Definitiva Para Los Indignados del Mundo que mi amigo, el escritor y periodista santandereano Luis Fernando García Núñez me envió.
 
PROCLAMA DEFINITIVA
PARA LOS INDIGNADOS DEL MUNDO

Crece la indignación. Y crecerá. Se extenderán las fronteras de los indignados. Nada los detendrá y sus pedidos, sus exigencias, son irreversibles, son justas, son necesarias. Tardías, pero inapelables. Este es un tribunal único y natural. Un tribunal que nace en las entrañas de los pueblos. Su jurisdicción no tiene tacha, sus juicios son ineludibles.  Está por encima de los primeros ministros, de los viejos monarcas y los jóvenes príncipes, de los jefes de Estado, de los dictadores y de los jueces elegidos en los senos de los parlamentos corrompidos del mundo. Este tribunal de indignados es universal y de esencia divina. Es el dictado de los pueblos que están en las calles, de los que desde hace años recorren el mundo exigiendo probidad, exigiendo decencia, exigiendo vergüenza. Este no es un tribunal de banqueros, ni un tribunal de viejos y taimados políticos. No es un tribunal de los dueños de todo, de los que imponen la miseria, de los que asesinan a los otros, de los que construyen plantas nucleares, de los que contaminan y discriminan, de los organizados. No es el tribunal de los que reprimen, de los que dirigen grandes ejércitos, de los que compran armas y las disparan contra los pueblos. Es el tribunal de los indignados, el tribunal supremo y único. No el tribunal de los farsantes, de los que lloran cuando les conviene. Ahora la indignación concita para que se imponga, con rapidez efectiva, la sanción que merecen estos villanos. Que merecen por gobernar según su parecer, según su infame entender. Y crece la indignación, crece por el mundo árabe, por España, por Italia, por Grecia, por Portugal, por todo América, por el mundo, por la siempre vilipendiada, pero saqueada África, crece y exige a los dueños mentirosos de ahora que se vayan, aquí ya no caben, ya no merecen estar. Los indignados no les creen y no quieren volver a creer. No quieren aplausos, no necesitan apoyo, no los quieren, no los necesitan, deben irse, pronto y en silencio. Los indignados no quieren volver a entrar a los bancos mundiales del hampa internacional, no quieren las inmensas fábricas del dolor y el crimen, ni los fondos monetarios, ni los tratados internacionales que cierran las fronteras. No quieren ver los lujosos y espectaculares clubes, ni las bellas mansiones, ni los palacios donde se reúnen los jefes del mundo a escondidas de los pueblos, ni quieren ver su riqueza mal habida. Los indignados solo exigen dignidad, empleo, tranquilidad, tolerancia, respeto. Los indignados exigen que se abran todas las fronteras, exigen que se eliminen tantos títulos, exigen el imperio del verde, del agua, de la limpieza, de los niños y niñas felices. Que se vayan los que ahora gobiernan porque lo hicieron mal, no cumplieron con las expectativas, no estuvieron a la altura de la visión de estos pueblos. Deben irse como han empezado a hacerlo en Túnez, en Egipto, como lo harán en Libia, en Siria, en Grecia, en Portugal, en España. Los indignados exigen un mundo posible, un mundo justo, un mundo decente. Exigen un mundo posible. Lo exigen ya.

Luis Fernando García Núñez
Sopó, Colombia